jueves, 5 de enero de 2012

2010 - El viejo, modelo, de la forma, humana

Era viejo, delgado, pálido y me miraba mientras tomaba café. Tal vez era su musa o tal vez era otra más de las tantas que lo rodeaban. Por las noches las veía, tan bonitas, tan esbeltas y frescas, tan curvadamente perfectas. Pero yo nunca me pude ver. Siempre tuve intriga en averiguar cómo era.
Hoy ha terminado tarde, pero me siento más completa. El viejo salió a las diez de la habitación de colores, donde todas lo observan. Todas se observan. Todas me observan. Celos en el aire. Mil y una mujer hermosísimas andaban por el cuarto, en praderas, en París o en la playa. Todas hermosísimas y yo; sin haberme visto, decidí serlo también.
Siempre quise ir a la playa, pero no puedo. Me siento aprisionada, no puedo moverme. Pienso en cómo salir de acá, pero el viejo no me lo permite. ¿Será magia oculta que utiliza? ¿O son sus cosquillas nocturnas las que no me hacen querer huir? Tal vez yo no quiera irme. El viejo me agrada.
Me siento especial. Siento que el viejo me prefiere, pues me visita y sólo a mí me acaricia con su delicada pluma. Todas las mujeres me miran con envidia, y yo sonrío. Pero cada día que pasa, cuando el viejo no está en el cuarto, las luces están apagadas y cuando los buenos duermen en la ciudad, escucho sus risas y susurros. Pienso en envidia, pienso en celos y no me siento como ellas; creo que soy especial.
Cada vez me siento más completa, aunque el viejo vuelve cada día suspirando más mientras me mira y analiza. Ahora trae un libro siempre que lo hace. Al comienzo me miraba a los ojos, ahora apenas me observa. Ya no hay amor en sus ojos, sólo lee el libro y luego me hace algunos cosquilleos más, pero ahora me duelen. Ya no lo hace con una pluma, sino con un punzón gris. Luego, creo que intentó acariciarme, pero me raspó un poco el cuerpo. Creo que eran mis piernas, pero tengo miedo. No puedo verlas y siento que las piernas que alguna vez tuve se fueron con un ciclón.
Hoy el viejo lloró cuando terminó de acariciarme (esta vez sí lo hizo con su pluma calientita). Me miró de lejos, de cerca. Hasta trajo a algunos amigos que me observaron y pude ver sus caras de asombro. Creo que las mujeres tienen razón; soy fea. Tal vez por eso fue que decidieron cubrirme y llevarme hacia la oscuridad.
No pude ver nada hasta que sentí cómo rasgaban la tela negra con la que me habían cubierto y cómo dos hombres me miraron y me pusieron en lo alto. Ya no estaba en la habitación de colores. Los miraba desde arriba, como si ellos fuesen pequeños y yo una musa; gigante. Y de repente miro alrededor y miradas, mujeres, hombres, cuerpos, paisajes (y otra vez praderas, playas y París) en tantos cuadros. Me sentí observada. Un gran espejo me miró y fue ahí donde me vi por primera vez. Estoy desnuda.



Una taza de café y un libro de arte abstracto estaban sobre la mesa. El viejo artista sacó sus acuarelas y decidió empezar otra pintura, pero ahora de manera realista; como siempre las había hecho: El boceto de una musa hermosísima y curvilínea en la playa apareció en su mente, borrando así los restos de Morgana; mujer que rompió con los paradigmas de la forma humana plasmada en el arte; tercer puesto en la muestra anual artística de París. Qué desilusión.


Y el viejo salió de la habitación silbando, despacito.

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